CARTA ENVIADA A "LA GARGANTA PODEROSA"
¿Cuándo, sino ahora?
¡Mari mari kom pu che!. ¡Saludos a todas y todos!. Desde la puelwillimapu, la
cordillera sur.
Mi nombre es Moira Millán, soy Mujer, soy Mapuche, soy Weychafe,
Guerrera. Nací un día de agosto en un invierno nevado en un pueblito llamado El
Maitén, en el Noroeste de la provincia de Chubut. Soy melliza de Mauro.
Tengo sangre mapuche pero también tehuelche. Tengo cinco hermanos.
Cuando tenía tan solo un año de edad mis padres nos llevaron a vivir a Bahía
Blanca, mi padre era ferroviario.
Crecer en una gran ciudad, en una villa, llena de carencias no fue
fácil. Reinaba una atmosfera racista y tensa en todos los espacios públicos. Un
día aún muy niña comencé a llorar por las noches del dolor en mis piernas, mi
mamá me llevó al médico y el diagnóstico fue que precisaba comida, estaba con
cierta línea de desnutrición. Me llevaron a un centro complementario a tomar la
leche, comer y allí aprendí a leer y a escribir. Nunca se debe subestimar el
tiempo y el amor entregado a un niño, su efecto es mágico y definitivo. En mi
barrio todos los niños eran indígenas, la mayoría era mapuches, venían de
comunidades dispersas en la Patagonia de un lado y del otro lado de la
cordillera; venían desde nuestra Wallj mapu, así le llamamos a nuestro
territorio ancestral. A la escuela primaria la sufrí como a un correccional de
menores, en mi casa yo era una vivaz lectora, verborrágica y feliz, pero allí
me volvía tímida, silenciosa y dispersa. Nunca me hablaron sobre mi propia
historia, nos enseñaban que los asesinos de mi pueblo y antepasados, eran
próceres. El color de nuestra piel, la negrura y el lacio de nuestros cabellos,
nuestros ojos rasgados, nuestra mirada profunda eran la herencia de nuestros
ancestros que murieron peleando para que nosotras y nosotros vivamos. Un día al
salir de la escuela yendo de la mano con mi mamá le pregunté por qué Dios había
hecho rico a los rubios y pobres a los morochos. No pudo responderme… los años
y la lucha me enseñaron que hay un sistema racista que establece la supremacía
blanca. Las niñas indígenas, las morochitas del aula, éramos vistas como feas y
tontas. Yo leía mucho, los libros eran mi pasión, con ellos lograba volar lejos
de la soledad y el dolor. A los doce años empecé a limpiar casas, como la
mayoría de las mujeres indígenas de este país, a cuidarme de los patrones
lascivos y acosadores. Durante esos años de mi niñez, algo me quedó claro:
hombre, adulto, blanco y patrón eran sinónimos de ALERTA Y PELIGRO!
A los 18 años decidí ir en busca de mis raíces y emprendí un viaje
que cambió mi vida para siempre, dándole un propósito. A veces elegimos
nuestras luchas, pero en otras ocasiones las luchas nos elijen. Sucedió un
verano seco y caliente en el desierto patagónico, allí donde fueron recluido
nuestros mayores, despojados de nuestros territorios. Toda la familia de
mi padre vivía en la zona de Jacobacci, provincia de Rio Negro. Llegué
justo, sin proponérmelo, los días previos a una ceremonia sagrada, muy
importante para mi pueblo llamada Kamaruko. Allí, el Lof,
nuestra comunidad, pacta la convivencia armónica con todo el resto de los pu
Newen, las fuerzas de la naturaleza, con las cuales coexistimos.
Durante 4 días se encendió el pillán ketral, fuego sagrado, el cual no
se debía apagar. Alrededor del fuego tahilekeamos(cantamos) y purrukeamos (danzamos). Miraba el cielo
estrellado y en ese círculo armonioso en donde me sentía libre y parte, mi mano
se dejaba apretar amorosamente por una tía abuela que me introducía en el
aprendizaje de los tahiel, los canto sagrados. Recuerdo
haber llorado casi todos los días, me descubría en mi verdadera
identidad. Descubrí que era de una Nación con Memoria, espiritualidad,
dignidad y fortaleza. ¡Mapuche ta inche!,
¡soy mapuche!. Allí mi pueblo me parió de nuevo, en medio del desierto, entre
cantos milenarios, gritos estruendosos, danzas que masajeaban con cariño la
mapu, nació el newenque se despertó para nunca más
volver a dormir. La weychafe, la guerrera. No soy valiente,
mis ancestros me dan coraje; no soy fuerte, la Mapu me fortalece; nos soy sabia, la
naturaleza me enseña y guía. Y hoy, con las hermanas indígenas de las 36
naciones vamos a ganar la guerra contra el genocidio, porque ustedes lucharan
con nosotras. ¿Quién, sino vos? ¿Cuándo, sino ahora?
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